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Mis hombres favoritos: Jeff Bridges

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Fotografía: Gage Skidmore (CC).

Ahí está otra vez, el tío más sexy del mundo, a sus casi sesenta y cinco años, mirándonos desde una foto en un periódico. En la entrevista dice cosas como «es interesante hacerse mayor e ir teniendo una cierta intimidad con tu propia muerte», así, con ese aire relajado, casi somnoliento que siempre gasta. Y ya estamos, de nuevo, a vueltas con ese misterioso asunto: ¿por qué este tipo —por qué esta, esa u otra persona en concreto, y no otra— nos gusta tanto?

El bueno de Bridges. Solo su cara ya consigue, infaliblemente, alegrarnos el día. No es poca cosa. Pero es que, además, con su baúl cargado de trucos y gestos inventados volvemos a pensar en la verdad de ciertas interpretaciones, pasajes y películas que nos dejan boquiabiertos y nos hacen vivir historias que solo son luz y ecos de voces. Y con su trabajo, a lo largo de tantas décadas, nos acordamos de lo que escribió F. S. Fitzgerald, esa sensación de sentirse asombrado y, a la vez, repelido por la inagotable variedad de la vida. Un mosaico enloquecido pintado por nadie. Y precisamente ese es el lienzo en el que siempre trabaja Bridges: fingiendo una y otra vez ser mil tipos diferentes, todos falsamente exactos, todos inventados. Su extraña cualidad reside en conseguir que todos sus personajes, ajenos a vanidades y artificios, al final consigan escaparse de las películas y campen a sus anchas por el mundo.

Tenía cuatro meses cuando una cámara grabó en su rostro por vez primera. Su juventud y madurez, como hemos podido comprobar a lo largo del tiempo, han sido esplendorosas. Es uno de los actores más sutilmente brillantes de la historia del cine, así, calladamente, como de paso. Hace ya muchos años Pauline Kael, crítica de cine del New Yorker y una de las más influyentes del mundo, llegó a la conclusión de que Jeff Bridges era uno de los actores más naturales y menos afectados de toda la historia de Hollywood: «Físicamente, consigue que nos creamos que lleva toda su vida siendo cada uno de los personajes que interpreta», escribió.

Él no cree que sea para tanto. Se autodefine como «un típico producto del nepotismo»: es hijo del actor Lloyd Bridges, que pasó a la historia popular del cine por su papel protagonista en ¡Aterriza como puedas!. Siempre guasón, Jeff afirma que el momento favorito de la carrera de su padre es esta serie de escenas de esa película:

Otra de las cosas que nos gusta mucho de Jeff Bridges es que, de entrada, siempre se ha considerado reacio a la idea de trabajar. Su madre lo llamaba abúlico, su hermano Beau, perezoso. En todo caso, Jeff ha trabajado más que toda su familia junta. Ha hecho casi ochenta películas y, además, dibuja, pinta, hace fotos y trabaja para una ONG desde 1983. También tiene una banda —The Abiders— en la que canta y toca la guitarra, y con la que graba discos y sale de gira de vez en cuando. Así, sin aspavientos, silenciosamente, como de paso. Está visto que hace lo que le da la gana y va completamente a su bola. Como el Nota:

Desde 1998, cuando de la mano de los hermanos Coen llegó al mundo el gran Jeff «el Nota» Lebowsky para quedarse, todos le dicen a Bridges que él es igualito a su personaje: su cósmico fairplay, su educada perplejidad, su bonhomía, su aire fumado, su comodidad en el absurdo, su libre sexualidad, su guasa sideral. Sí, eso es lo que le dicen todos, excepto su íntimo amigo el músico T-Bone Burnett: «No, no. Jeff no es el Nota. En realidad él es más como su personaje de Starman, Scott Hayden: quizás tiene charme, sí, pero es como un marciano, parece llegado de otro planeta». En esta película de John Carpenter de 1984, Bridges interpreta a un alien que llega a la tierra a sustituir a un marido muerto, y que debe aprender lo inaprensible: la extraña vida de los humanos en este planeta y su humanidad inherente:

Sí, T-Bone da en el clavo: se refiere a ese aire que tiene Bridges, entre el asombro y una vieja sabiduría. Tiene una mirada limpia y torcida a la vez, probablemente ahumada por la marihuana y el LSD de sus años de juventud, cuando iba al Avalon Ballroom de San Francisco a ver a The Jefferson Airplane. Y es cierto que, a sus años, Bridges aún mantiene una mirada predispuesta al juego y al misterio, esto es, al arte. Un tipo que, según Tod Williams —que lo dirigió en Una mujer difícil (2004)—, por sus condiciones familiares, nunca ha tenido que intentar siquiera buscar trabajo o cosas así, lo que, en términos creativos, resulta extraordinario, porque ha permanecido puro y entero, indemne a las embestidas de todo periplo vital. A su vez, extrañamente, como ha demostrado en varios papeles de malvado —el oscuro Obadiah Stane, de la saga Iron Man (2008), sin ir más lejos—Bridges tiene una mirada dura, perdida sin remisión:

Algunos datos: su película favorita de todos los tiempos es Ciudadano Kane. En toda su larga carrera, solo una vez ha pedido un papel: le rogó a Martin Scorsese poder interpretar a Judas en La última tentación de Cristo (1988). (No pudo ser: el elegido fue Harvey Keitel). Terry Gilliam —con quien ha trabajado en El rey pescador (1991) y Tideland (2005)— ha asegurado que, si de él dependiera, Bridges participaría en todas y cada una de sus películas. Es cierto que el actor dijo una vez: «Tengo mucho respeto por los directores: su opinión es más importante que la mía», y son muchos los que han tenido oportunidad de comprobar que no miente: ha trabajado con Francis Ford Coppola, Peter Bogdanovich, Michael Cimino, Hal Ashby, John Huston, John Carpenter, Peter Weir, el mismo Gilliam o los Coen. Con los mejores. Su primera nominación al Óscar le llegó con veintidós años, por su interpretación en The last picture show (1971):

Se llevó la estatuilla casi cuarenta años años después, en 2009, por Crazy Heart:

Pocos deben conocer más y mejor qué era y en qué se ha convertido el negocio del cine en Estados Unidos. Podría haber sido una superestrella de Hollywood, pero ha elegido, en cambio, seguir siendo un hombre, un tío. Un tipo eminentemente familiar: para ayudar a preparar un casting a su hermano Beau Bridges, uno de los primeros papeles que memorizó fue un monólogo del El guardián entre el centeno. Les gustó eso de trabajar mano a mano y decidieron actuar en la calle, eso sí, de forma algo bizarra: alquilaban una furgoneta, aparcaban frente a algún gran supermercado y empezaban a pelearse. Cuando la gente llegaba para separarlos ellos decían que solo estaban actuando, aprendiendo a interpretar. Una vez les paró la policía e intentaron hacer ver que estos formaban parte del show pero el truco no funcionó, por lo que cogieron la camioneta y se largaron a otro supermercado. A darse de hostias otra vez. Algo que hicieron ante las cámaras para Los fabulosos Baker Boys (1989), donde ejercen de hermanos que, sí, se quieren y, a veces, se detestan y no se soportan. A ambos los salva la música. De ella viven y, de paso, les ayuda a vivir:

De la mano de su hermano logró trabajar con el grandísimo John Huston: Beau fue a una audición para Fat City, y el director le dijo que era demasiado mayor para el papel. «Pues prueba a mi hermano», le dijo. Resulta que Huston y el pequeño de los Bridges acordaron tener la entrevista en Madrid. La noche anterior Jeff se fue de juerga con una chavala que le llevó a tomar marisco —que resultó estar en mal estado— y copas por el Foro. A la mañana siguiente, la cita era nada menos que en el Museo del Prado: mientras Huston le enseñaba cuadros y le hablaba del genio español, Jeff trataba de evitar como fuera —tapándose la boca con las manos, tragándoselo— que su vómito cayera en tan insigne lugar. «John no notó nada en ningún momento y siguió paseándome por el museo, señalándome sus pinturas favoritas» . Al final el periplo no debió de ir tan mal, porque el papel en Fat City fue suyo:

Nacido en Los Ángeles en 1949, Jeff es un hijo del amor, en su doble sentido: creció en el seno de un matrimonio extrañamente feliz y, a su vez, fue un ejemplar hijo de su tiempo. Vivió los años sesenta —cuando él se refiere a esa época habla de sus años salvajes— y sigue manteniendo un cierto aire a hippy californiano. Su madre, Dorothy, era asombrosa: escribió la biografía de cada uno de sus hijos hasta que llegaron a los veintiún años —y tuvo cuatro—, y le quedó tiempo para escribir un libro de poemas dedicado a Lloyd, su marido. Dos años antes de que llegara Jeff nació Garret, pero murió a los tres meses. La madre no quería tener más hijos, pero el ginecólogo le insistió en que perseverara. Cuando llegó nuestro actor favorito, durante los primeros seis meses Dorothy no le quitaba ojo y siempre le cogía la mano mientras dormía por miedo a que muriera. «Tenía todos los números para ser un niño insoportable que acabara odiándome, pero no fue así», explicó una vez su madre. Lo que más recuerda de ella, explicó su hijo, es un simple consejo: «Acuérdate siempre de divertirte y, sea lo que sea, no te lo tomes demasiado en serio». 

Más datos: normalmente duerme desnudo, fuma puros para relajarse, aún mantiene algo del tartamudeo de su niñez, no soporta que le toquen el pelo, su bebida favorita es el vodka, le encanta Bob Dylan, mantiene el mismo doble desde tiempos de The Last Picture Show, e intenta llevar a rajatabla esa práctica tibetana que dice mantén siempre una mente alegre, aunque a veces se coge grandes cabreos, según confiesa. El tipo lleva más de treinta años casado con Sue Geston: la conoció en Montana rodando Un botín de 500.000 dólares (1974), con Clint Eastwood:

Sue era la camarera que servía la comida del equipo en el rancho donde rodaron muchas escenas de la peli. Cuando la vio, Sue tenía los dos ojos morados y la nariz rota. Jeff se montó una película de héroe-que-rescata-a-bella-pueblerina-de-las-palizas-de-su-novio-redneck. Nada más lejos: simplemente la chica había sufrido un accidente de coche pocos días antes. Él le pidió ir por ahí a tomar algo. Ella le dijo que no. En ese preciso momento el maquillador de la peli les hizo una foto sin que ninguno de los dos se diera cuenta. Quince años después, cuando ya estaban casados y ya habían tenido a sus tres hijas —Isabelle, Jessica y Hayley—, dicho maquillador le envió casualmente la foto, sin saber que aquella chica se había convertido en su mujer. Así siguen, aunque Jeff dejó escrito una vez que la mera noción del matrimonio le parecía un paso seguro —y lento, añado yo— hacia la muerte.

Cuando tenía treinta años, nuestro querido actor aún no estaba seguro de su profesión: le gustaba demasiado la música, pintar, hacer fotos. Dudaba demasiado a la hora de elegir películas. Un punto de inflexión en su carrera fue cuando el director John Frankenheimer le ofreció un papel en The Iceman Cometh (1973) junto con Robert Ryan y Lee Marvin. Bridges rechazó la oferta y le dijo quería volver a la música. Un par de horas después le llamó Lamont Johnson y le pegó una bronca descomunal: «¿Te consideras actor y desprecias la oportunidad de trabajar con dos tipos como Ryan y Marvin? ¿tú estás zumbado o qué hostias te pasa?». Johnson lo dirigió en The Last American Hero (1973):

«Está bien, me dedicaré a ser actor, como mi padre», decidió por aquel tiempo, y nosotros apoyamos tan sabia reflexión. Y somos felices de verlo en King Kong (1976), La puerta del cielo (1980), Ocho millones de maneras de morir (1986), A la mañana siguiente (1986), Tucker (1988), Corazón roto (1992), Sin miedo a la vida (1993), Seabiscuit (2003), o Valor de ley (2010). Somos felices de saber, a ciencia cierta, indefectiblemente, que siempre que queramos podemos pasar un rato con él. Con cualquiera de sus personajes.

De hermoso joven a hombre hecho y derecho, andando ya en la edad de la verdad, Bridges ha tenido la extraña oportunidad de enfrentarse a su propia juventud entre Tron (1982):

y Tron: el legado (2010):

Ante su propio espejo, algo resquebrajado ya, Bridges afirma en una entrevista en un periódico con media sonrisa que, de tener enfrente a su propio yo más joven, simplemente le diría, con esa voz quemada por décadas de sol californiano: «No hay nada que temer, simplemente tómatelo con calma». Otra forma de decir «no te preocupes por los errores: no los hay», según opinaba Miles Davis. Algo que perfectamente podría haber firmado un tipo tan terrenal como el Nota. O tan alienígena como Scott Hayden.

Imagen de El gran Lebowski. Working Title Films / PolyGram Filmed.

Imagen de El gran Lebowski. Working Title Films / PolyGram Filmed.

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